Con tecnología de Blogger.


...Si escuchas hoy su voz,
no
endurezcas tu ❤.
(Hebreos 4:7)


El enojo


El enojo llega a lo más íntimo de nuestro ser como un veneno. En vez de experimentar la paz y el gozo, nos llenamos de ansiedad y frustración. Un espíritu crítico y condenatorio lleva a menospreciar a los demás con palabras duras. La hostilidad nos vuelve polémicos, y hace que nos ofendamos con facilidad por cuestiones sin importancia. Las amenazas o los insultos imaginarios echan raíces y crean respuestas desproporcionadas a la situación... cambia nuestro entorno, cambia el ambiente y termina cambiando al resto.
SUS CONSECUENCIAS: 
A nosotros mismos: Deforma el carácter. 
Afecta al cuerpo. Causa estragos en nuestro organismo, e incluso puede ocasionar males fatales como ataques cardíacos y derrames cerebrales. Nos haría bien preguntarnos. ¿Vale la pena morir por mantener este resentimiento?
A otros: Daña las relaciones. Nuestra ira no es solo nuestro problema; siempre afecta a los demás y, trágicamente, las personas más cercanas a nosotros son las que más sufren. El resentimiento latente crea barreras de silenciosa hostilidad. 

Y un episodio explosivo de ira puede causar mucho daño emocional, o a veces hasta daño físico.
Es contagioso. Proverbios 22.24, 25 nos dice: “No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos, no sea que aprendas sus maneras, y tomes lazo para tu alma”. 
Nuestra rabia y nuestro resentimiento afectan a aquellos con quienes trabajamos y vivimos, pero son especialmente contagiosos a nuestros hijos. Ellos desarrollan actitudes y patrones de conducta similares a los que aprenden de nosotros.
A Dios: Levanta una barrera entre nosotros y Él. Usted no puede estar bien con Él si está enojado y guarda resentimiento contra alguien (Mt 5.21-24). En realidad, entristecemos su corazón cuando decidimos aferrarnos a nuestra hostilidad en vez de a Él.
Pone trabas a su trabajo y limita sus bendiciones. Nos volvemos estériles y terminamos perdiendo las bendiciones al caminar.

Durante toda la vida enfrentamos situaciones que desencadenan este sentimiento. La cuestión no es que no nos enojemos... el asunto es que si sentimos enojo... "debemos saber cómo manejarlo"... o dejamos que el enojo nos controle.. o  tenemos la potestad de controlarlo... recuerda que al fin es nuestro.  
Efesios 4.26, 27 nos dice que no debemos dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo. No debemos permanecer enojados mucho tiempo.
A veces, nuestra indignación es una respuesta adecuada a la injusticia o al maltrato de otros, pero por lo general tiene sus raíces en nuestro propio interés personal. Tal vez alguien nos insultó, rechazó o irritó. O quizás la razón de nuestro malestar es una situación frustrante. Cuando los demás no cooperan con nuestros planes o no aprecian nuestros esfuerzos, o cuando las cosas no salen como nosotros queremos, sentimos cómo aumenta este sentimiento.
Aferrarse a los agravios nos mantiene prisioneros, pero renunciar a ellos abre la puerta a mejores situaciones y nos libera. Dios nos enseñó a hacerlo así como también Él lo hace con  cada uno de nosotros.

Charles Stanley

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Gr@cias, tu opinión es importante!!

Música